Lo hice

El día en el que Sebastián cumplió 15 años despertó decidido a perder la virginidad. Era 14 de enero de 2001 y hacía meses que juntaba dinero para ir a aquel cabaret en el que, además de pagar por una cerveza o por una partida de pool, un chiquillo como él podía pagar por sexo. Junto a su mejor amigo, dos años mayor e igual de inexperto, se subió al colectivo 126 que lo dejaba en el barrio porteño de Flores, y se bajó a unos metros del local.

Llegaron a las 5 de la tarde y aún el sol arreciaba en la calle. El calor hacía estragos afuera y, adentro del local, la música acompasaba los temerosos pasos de Sebastián. Parecía una tarea fácil atravesar ese puterío en el que el olor a anciano se mezclaba con el de la cerveza derramada. Lo difícil era hacerlo con la vergüenza que solo podía llevar un virgen que en minutos dejaría de serlo.

En su inocencia pensaba que al llegar podría escoger a una chica, no tan hermosa, pero sí simpática. “No elegí con quien estar”, se lamenta 18 años más tarde. En cuestión de segundos, luego de hablar con la encargada, le asignaron a una mujer peruana de cabello largo y le dijeron que tenía que volver a atravesar el local y salir junto a ella al área de los cuartos para concretar su deseo.

Digamos que la vergüenza de Sebastián fue in crescendo. Más allá de los atributos físicos de Rocío, el vestido semitransparente y blanco que cubría su figura no la hacían pasar desapercibida. La sola idea de que todos supieran para qué iban hacia ese pasillo teñía su rostro blanco de rojo.

Al llegar al cuartucho y atravesar la puerta se fijó en la pintura gris que descascaraba las paredes, en el lavatorio que estaba a la izquierda de la puerta, en la camita escuálida y maloliente que ocupaba gran parte del pequeño espacio. Antes de sentarse en el colchón Rocío le dijo:

–Quitate la ropa e higienizate.

Nervioso y silencioso Sebastián obedeció. No recuerda exactamente lo que le dijo, pero ella buscaba relajarlo. Recuerda, sí, la piel blanquísima de la peruana y el contraste que hacía con su chocho morocho. En la cabeza del puberto imberbe rondaba la idea de que no iba a poder lograrlo, pero cuando finalmente se tranquilizó llegó la erección. A esa erección le siguieron las habilidades de Rocío que lo hicieron acabar en muy poco tiempo.

–Fue un trámite, algo mecánico–esquiva la mirada de su interlocutor–no lo disfruté del todo.

Cuando terminó, ella lo instó a que se lavara –otra vez–. Después fue su turno y tras su limpieza ambos se fueron. Volvió a la puerta del local, donde lo esperaba su amigo, y así como llegaron, se fueron: colectivo 126 hasta casa. La diferencia es que de ahora en adelante podría decirle a sus amigos “lo hice” y dejar de mentir.

 

Nota: Este texto fue realizado en el marco de una actividad práctica del Taller de escritura de autor brindado por Cicco durante la tercera edición del Festival Basado en Hechos Reales, Buenos Aires, Noviembre, 2019.

Nota 2: El relato parte de una entrevista de escasos minutos a un periodista de Buenos Aires cuyo apellido preferí mantener en anonimato. Sebastián, si lees esto enviame tu feedback.

 

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