Parteras: Traer y salvar vidas

Desde niña, Alicia Cillo sintió interés por los relatos que compartían las mujeres de su familia sobre la llegada al mundo de sus hijos e hijas. Buena parte de esas historias tenían a Laura, la partera, como gran protagonista. Había sido ella quien asistió los partos de su abuela, de sus tías, de su madre y hasta de su prima mayor. Cuando nació uno de sus primos, en la Buenos Aires de los 60, Alicia fue a conocerlo a la casa de parto que tenía la matrona en Liniers. Le emocionaba pensar que, trece años antes, a esa misma casita, había llegado su mamá con una panza enorme y había regresado a su hogar con ella en brazos. Claro, todo con ayuda de esa súpermujer que tenía enfrente, una partera cuya sonrisa le generaba gran empatía.

El cariño, la confianza, el aprecio y la admiración que todas sentían por la memorable Laura y esa idea de recibir bebés para darles la bienvenida a este plano, rondaba la cabeza de Alicia en aquel entonces. Decidió estudiar obstetricia unos años después, en 1968. Aunque para la época aún no había una licenciatura, graduarse de partera le daba la posibilidad de trabajar en lo que le apasionaba. Aquel saber empírico, femenino y ancestral, ya traducido en conocimiento profesional, solo podía estudiarlo en la Universidad de La Plata. Su título le permitiría legalmente partear: asistir a una mujer durante el parto.

A quienes partean se les llama parteras, comadronas, comadres, obstetras, obstetrices, matronas… Cualquiera de estos sustantivos esconde dentro de sí uno de los oficios más antiguos de la humanidad. Las primeras referencias, según investigadores de la historia de la obstetricia, datan de la cultura del valle del Indo, en la Edad del Bronce (años 3300 a. C. y 1300 a. C. aproximadamente).

En el antiguo Egipto se creía que cada mañana la diosa Heket asistía el nacimiento del sol. La leyenda mitológica dice que la deidad, con cabeza de rana y cuerpo femenino, daba el soplo de vida al recién nacido colocando la cruz de anj (símbolo egipcio de “vida”) en su nariz. Es por ello que también se le conocía como “la que hace respirar”. Se volvió un símbolo de la vida, de la fertilidad y era protectora de las comadronas. Los mortales, tal y como en las civilizaciones mesopotámica, griega y romana, respetaban y estimaban la labor de estas mujeres. 

En la Biblia queda constancia de ese prestigio a través de las consideraciones que se hacen sobre ellas. El primer parto acompañado por una matrona que aparece allí, data del 1.600 a.C. y es el de Raquel, esposa de Jacabo, quien muere luego de dar a luz a Benjamín. En otros textos sagrados que dan soporte a la fe cristiana, se habla de existencia de Zelomí y Salomé, quienes fueron llamadas por José para asistir a María en el nacimiento de Jesús. 

Se entiende que para estas épocas la partería seguía manteniéndose como un saber empírico transmitido de madres a hijas, o de mujeres a otras mujeres, casi como algo íntimo-cultural eminentemente femenino. No científico. En Grecia y Roma, eventualmente se incorporaron médicos y médicas al proceso de parto, sobre todo cuando se presentaban complicaciones.  

Pero mientras el parto fue considerado como un evento natural-fisiológico y no patológico, eran las comadronas quienes se encargaban de ayudar a las mujeres. Había una feminización absoluta de la profesión que constituía una hegemonía femenina en la atención a partos. 

Entre los Siglos XV y XVIII se cuestiona desde el poder político, intelectual y religioso a las mujeres, consideradas muchas veces brujas e impuras. La labor de las parteras también sufrió estos estragos y de forma progresiva, fue sustituida por cirujanos varones, según reseñan las antropólogas Hilda Arguello y Ana Mateo en su artículo “Parteras tradicionales y parto medicalizado, ¿un conflicto del pasado?”. Allí aseguran que la transición de la partería femenina a la obstetricia primordialmente masculina, es un proceso que sigue vigente en nuestros días.

Esta marginación de la partera, recuerda Silvia Federici en “Calibán y la bruja: mujeres, cuerpo y acumulación originaria”, devino en la pérdida del control que históricamente habían ejercido las mujeres sobre la procreación. La práctica médica se enseñaba en las universidades únicamente a varones y priorizaba la vida del feto sobre la de la madre, lo que contrastaba con el proceso de nacimiento que las mujeres habían llevado a cabo hasta entonces.

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La joven Alicia, a mediados de 1968, hacía prácticas en dos hospitales pocos meses después de rendir el examen de ingreso a la carrera. Sus ansias por empezar a partear eran tan incontenibles que llegó a mentir al Jefe de Servicio de Obstetricia del Hospital de Quilmes diciéndole que iba por el segundo año de Obstetricia en La Plata para que la autorizara a estar allí a pesar de su inexperiencia. Lo logró. 

En la Maternidad del Hospital San Martín de La Plata cursaba con el resto de sus compañeras de carrera. La jornada empezaba a las 7 de la mañana, abajo estaban las aulas donde se impartían los conocimientos teóricos y arriba, en sala de parto o en consultorio, aprendían de las y los profesionales a atender a las embarazadas y parturientas. A todas las estudiantes les daban permiso de hacer prácticas en el mismo hospital. Cada miércoles Alicia hacía guardia y se sentaba en una silla con un termo de café a esperar novedades durante la noche y la madrugada. Las parteras que la supervisaban la invitaron a asistir a las rotativas de domingo al ver su ímpetu. En una de esos domingos nació Anahí, la primera de tantos bebés argentinos que recibió la matrona en su vida.

-Era, creo, el octavo parto de la madre, así que en realidad no hice absolutamente nada, solo recibirla. La nena nació sola-, recuerda sonriente. 

SER PARTERA HOY

La situación de las parteras es disímil en todo el mundo e incluso dentro de un mismo país su condición puede variar. Mientras que en comunidades vulnerables o comunidades originarias la partera tradicional, empírica -aquella que no tiene estudios formales y que más bien heredó el saber de sus ancestras- sigue trabajando como en tiempos pasados, en las urbes populosas las profesionales están insertas dentro de los sistemas de salud, reguladas en su actuar.

Independientemente de tener o no estudios formales, en cualquier lugar del mundo las parteras velan por la salud sexual y reproductiva de las niñas, adolescentes y mujeres. Las que se capacitan profesionalmente pueden brindar atención y cuidados a madres y recién nacidos durante el embarazo, el parto y el puerperio, aunque en algunos lugares su campo de acción se amplía hasta los controles prenatales, la planificación familiar -receta y aplicación de anticonceptivos- y la prevención de enfermedades de transmisión sexual y/o que afectan a los órganos sexuales. 

 

La relación que se establece entre parteras y mujeres es íntima. Compañerismo, apoyo, estima, cercanía, empatía, apoyo, ayuda, son algunas palabras que usaron obstétricas al preguntarle cómo la definirían. “Sabemos escuchar, sabemos empoderar a través de la información que podemos brindarles (…) y después, somos cuidadoras del momento del nacimiento”, dice Silvia Sonaglioni, licenciada en Obstetricia. “Trabajamos el aspecto biopsicosocial y hasta el espiritual, vemos a la mujer como un todo, no solo una embarazada. Al momento de la consulta creamos un espacio de escucha, un verdadero espacio de empatía”, concluye. 

 

Son ellas quienes están a disposición para la atención de rutina durante los partos considerados de bajo riesgo, sin tropiezos, que generalmente son el 80% del total de los que se presentan; interactúan con el resto del personal médico dentro de la atención primaria, secundaria y terciaria de la salud; son capaces de detectar y atender las complicaciones del parto antes de que pasen a amenazar la vida de la mujer o el bebé, y de referir cuando los procesos apuntan a convertirse en complicaciones más graves o situaciones de urgencia.

Las parteras con conocimiento son fundamentales también en la prevención de la transmisión del VIH de madre a hijo, en la prevención y el tratamiento de las infecciones de transmisión sexual y el VIH, la prevención del embarazo no deseado, el manejo de las consecuencias del aborto en condiciones de riesgo y la posibilidad de un aborto sin complicaciones en casos donde el procedimiento no resulte ilegal, confirma el mismo informe. 

Pero su trabajo va más allá, insisten Arguello y Mateo, pues parte de la comprensión de lo que todo el proceso del embarazo/parto/puerperio significa dentro de la sociedad en la que se desenvuelve. Sostienen una relación mucho más estrecha con las mujeres.

Es decir que las parteras que cuentan con la educación y la reglamentación enmarcadas dentro de las normas internacionales pueden proporcionar el 87% de los servicios esenciales de atención requeridos por mujeres y recién nacidos, de acuerdo con cifras de las Naciones Unidas. Esto significa que, del personal médico, son quienes más protagonismo ostentan en situaciones de parto.

SALVAN VIDAS

Pero ¿por qué si la medicina ha evolucionado tanto y hay médicos y médicas que se especializan en obstetricia luego de largos años de estudio, se insiste en rescatar e impulsar la labor de las parteras que es en comparación menos especializada? Es evidente que los avances médicos han contribuido a reducir las muertes perinatales y maternas en las últimas décadas, sin embargo, también es cierto que el trabajo de las parteras ha incidido en la reducción de este número a corto plazo.  

Crédito: El Tiempo

De acuerdo con los últimos datos de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) la razón de mortalidad materna estimada para Latinoamérica y el Caribe en el año 2018 es de 58.5 por 100.000 nacidos vivos, mientras que en 2015 era de 68. En tres años, la tecnología y los avances médicos no han sido demasiados, sin embargo se ha labrado una lucha para mejorar  el acceso a la salud de todas las personas y en especial de las mujeres.

Las parteras, que llegan a donde el sistema no, se vuelven la única opción para cientos de embarazadas que por razones económicas, geográficas, culturales u otras, no tienen acceso a otro tipo de personal médico al momento del parto. Y es un hecho: la tasa de mortalidad materna es mayor que en territorios aislados con comunidades indígenas y afrodescendientes, aunque también en personas que viven en condiciones de alta vulnerabilidad social y económica en las grandes ciudades. Se insiste, por tanto, en reforzar el trabajo de las parteras locales, brindándoles educación y sustento, para que puedan a su vez ofrecerle la mejor atención a las mujeres en estos espacios. 

De hecho, en “El estado de las parteras en el mundo 2014”,  informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del Fondo de Poblaciones de las Naciones Unidas (UNFPA) se concluye que si todas las parteras del mundo fueran capacitadas podrían evitar aproximadamente el 66% de todas las muertes maternas y neonatales que ocurren.  La clave para ellos se reduce en cuatro aspectos: disponibilidad, accesibilidad, aceptabilidad y calidad.

Promover el trabajo conjunto entre parteras y el resto del personal médico se ha vuelto un reto puesto que a pesar de toda la evidencia existente, en algunos países son perseguidas, relegadas, irrespetadas y limitadas en su actuación. 

PARTERAS EN EL MUNDO

Alicia Cillo

En Brasil, existe una carrera de partería que dura cuatros años, así como una especialización para licenciadas en enfermería que opten por esta rama. Aunque la legislación brasileña indica que las parteras profesionales pueden asistir partos de bajo riesgo, en la práctica su participación en los nacimientos es escasa, debido a la forma tradicional en la que los hospitales organizan la atención médica.

En El Salvador solo existen 28 hospitales con capacidad para atender partos y a pesar de que en las comunidades marginadas existe la figura de parteras tradicionales, estas no cuentan con ningún tipo apoyo estatal. Al contrario, algunas de ellas comentan que han llegado a ser amenazadas con cárcel, puesto que su labor no está tipificada en la legislación del país. 

Pero en polos opuestos se encuentran Perú y Chile, naciones en las cuales la profesión es apoyada e impulsada no solo a través de la academia, con el establecimiento de carreras profesionales y calidad de estudios, sino también desde la práctica: ellas ostentan  un rol fundamental en la atención de la salud sexual y reproductiva de mujeres, sin importar estratos sociales. En estos países, están verdaderamente involucradas dentro del sistema de salud y tienen la libertad de ejercer con respaldo de la legislación.

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Hoy día, Alicia Cillo no asiste partos, es profesora y directora de la Licenciatura en Obstetricia de la Universidad Católica de La Plata y presidenta del Colegio de Obstétricas de la Provincia de Buenos Aires. Se ha convertido en una de las principales voceras del gremio de las obstétricas que aspira la sanción de una ley nacional que permita que las parteras de Argentina puedan ejercer funciones de acuerdo con sus capacidades. 

Por: María Laura Chang

Una versión de este texto formó parte de un especial realizado en el marco de un Mediatón organizado por Chicas Poderosas Argentina.

La idea del reportaje fue de Andrea Romanos, Ana Paula Valacco y María Laura Chang. La mentoría de Nicole Martin

Para ver el especial completo y su versión publicada en Página 12 clic aquí

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